LA FICCIÓN DEL LUGAR | 
THE FICTION OF THE SPACE

FOTOGRAFÍA | TEXTO
PHOTOGRAHY | TEXT 

2010
TRABAJO COLABORATIVO CON | COLLABORATIVE WORK WITH : MARTÍN CINZANO




Proyecto desarrollado en Workshop realizado por Peter Piller, Artista Visual y Profesor titular en la H. für Grafik und Buchkunst, Leipzig, Alemania, en la Universidad de Chile, Facultad de Artes Visuales, 2009




¡Mañana estaré libre! Pero, ¿dónde?


UNO

Del lugar hay una ilusión: su salida. Pero del lugar no se sale ni se entra. Continuamente, y aún fuera de lugar, estamos en el lugar. Aristóteles, en la Física, se vio en problemas para definirlo: “es algo grande y difícil de asir, el lugar”. Y en el Timeo de Platón se llega a afirmar que el lugar [topos] es “inimaginable”. Tal vez sea esta ausencia de asidero —la resistencia del lugar ante las tentativas por imaginarlo— la que se vea implicada, como devolución desnuda, en la ficción acontecida en el lugar. Es decir que si el lugar se encuentra fuera de imagen, la imagen en cambio sí se halla contenida (y aún más: proyectada) en el lugar. La imagen del cine se termina, se corta, pero el lugar permanece. Y si el cine se destruye es sólo porque la destrucción, aun desabastecida de imagen, inevitablemente ha tenido-lugar.

Las fotos no “captan”, no podrían pues captar un lugar. La fotografía está en el lugar y es al mismo tiempo lugar de una contención o de un despojo sin miramientos hacia la u-topía. E insiste —un poco resignada, quizás— en su recorrido por la escenografía cambiante de la ficción del lugar: de ese modo mantendría irresuelta, en suspenso (una vez más) la pregunta por el lugar de la ficción. La “escenografía” del lugar alude y elude a un artificio; es la cortina de baño del motel, la cama donde se pronunciaron y pronunciarán —es decir, tendrán-lugar— las gastadas palabras del deseo convenido, esos textos que cualquier pareja repite siempre por primera vez. La escenografía entonces se monta y se desmonta: los colchones se airean, la cortina se corre, el teatro aguarda la próxima función.

Lo que la ficción del lugar pone en entredicho es la disposición hacia el objeto. Porque si el lugar se despliega y repliega en un continuo, el hacia se clausura. Queda subsumido, tal vez, como su convención constituyente. La distancia que nunca (nos) separó de nada se desvanece. Por eso la ficción del lugar interpone trechos ilusorios (salidas, entradas, puertas de escape) a la manera de una ausencia, aunque no haya motivo alguno para dejar de proyectar el film cuando la sala está vacía.


DOS

La clásica escena del criminal que al verse cercado por la policía no halla mejor cosa que meterse a un cine. Meterse a un cine como acto de desesperación, de calma, el último cigarrillo del condenado a muerte. Lee Harvey Oswald, después de dispararle a Kennedy desde un edificio, sale a la calle y se mete a un cine: es lo último que hace antes de ser atrapado por la policía y baleado por Jack Ruby. Hay una escena, en Les Carabiniers de Godard, donde este deseo de desaparecer en el cine se lleva al extremo: al entrar por primera vez en su vida a una sala de cine, uno de los pistoleros se trastorna, no puede concebir el efecto bidimensional de la proyección y se lanza un clavado al interior de la pantalla. Por otra parte, Roland Barthes escribió acerca del estado “pre-hipnótico” de quienes desparraman el cuerpo en una butaca: a contrapelo de la escena socializada, gregaria, de la familia reunida en torno al televisor, la verdadera fascinación del cine radicaría, según Barthes, en la oscuridad anónima propiciada por la “situación de cine”; y esta oscuridad y este anonimato los llevamos puestos hasta mucho después de salir del cine y doblar por las esquinas y mirar la ciudad de reojo, como si nunca estuviésemos realmente convencidos de haber entrado o salido de algún lugar.


TRES

RIEN N’AURA EU LIEU QUE LE LIEU
[NADA HABRÁ TENIDO LUGAR SINO EL LUGAR]

(S. Mallarmé)


CUATRO

Era como si la fotógrafa en el fondo lo hubiese planeado todo: el teatro surgía, aplastante, desde la habitación de un motel barato. Esta habitación, así fotografiada, parecía poner de relieve el desorden calculado de la imagen, la convenida repartición de roles de la escena. Pero entonces la fotógrafa retrocedió de golpe ante la sospecha: tal vez también ella formara parte del reparto, enganchada en medio de una serie.

No era tan fácil aceptarlo. Porque una cosa es la foto —se dijo— y otra cosa soy yo, la que saca las fotos. Y otra cosa, por favor, es el yo dentro de esa foto.

El problema era que no tenía la sensación de estar distante de nada exterior o de algo que al menos la hiciera pertenecer a un interior mensurable. Todo, pues, estaba ante ella —con ella— puesto en escena (y “puesto” era sólo una manera de decirlo).

Entró a más habitaciones del motel y en cada una de ellas veía aparecer otros teatros y oía diálogos y gemidos ya escuchados e incluso proferidos (¿cuándo?) por ella misma y fotos que ella misma (¿dónde?) había tomado.

¿Disparo ficciones y esas ficciones se me devuelven según la potencia del lugar fotografiado?¿Fotografío lugares o fotografío ficciones? ¿Fotografío?


Ahí, por el momento, la tenemos.

Ahí, por el momento, acontece.